Hablemos del frágil brillo de tus ojos,
esa tarde roja,
que emancipe mis oídos
al escuchar ese frágil "te amo".
Recordemos la espuma del mar,
que rodeo mis piernas
y dejo escuchar un delicioso susurro
antes de abandonarme
en una tumba de sal y arena.
Entendamos la chispeante alma del fuego
su crujir consumiente,
y el respiro ondulado
que se eleva de su tierno
y ardiente corazón.
Tomemos un segundo
para olfatear la huella
que hemos dejado atrás.
Es tan necesario el lodo
para dejar rastro de nuestro andar,
tan necesario como las lagrimas y el sudor,
para rasgar la nada,
y por fin
existir.
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